La reducción mamaria o reducción de pecho es una cirugía que me encanta hacer. Una cirugía que siempre, repito, siempre satisface a las pacientes.
Hay un tipo de pacientes muy particular que son aquellas que presentan lo que en términos científicos se denomina hipertrofia mamaria virginal. No tiene nada que ver con la virginidad. Es simplemente, que hay mujeres que desde que les salió el pecho, les salió muy grandes. De todas las amigas, eran ellas, las que solían tener más pecho. Tanto que les es muy incómodo. Incómodo para vestirse, incómodo para hacer deporte, incómodo para todo.
Pero no sólo incómodo. Sino también doloroso. Doloroso porque los tirantes del sujetador les hace daño. El cuello y la espalda les duele porque muchas veces cogen posturas que “disimulen” ese pecho tan grande.
Incómodo, doloroso y psicológicamente difícil de soportar. Muchas de ellas dicen que les dá vergüenza desvestirse, que les miran mucho por la calle, que algunos hasta murmuran. Y todo esto les cohibe.
La solución es clara: hay que quitar ese volumen excesivo. Hay que hacer una reducción mamaria. Hay que quitar ese peso siempre excesivo. Y además hay que elevar el pecho, que por el peso se ha caído de manera prematura. Y hay que hacer que no vuelva a caer. Y hay que reducir las areolas que suelen ser muy grandes.
Es un cirugía técnicamente exigente, pero que a todos los cirujanos nos dá grandes satisfacciones. No sólo hacemos que el pecho quede bonito sino , que , con nuestro trabajo, la calidad de vida de éstas pacientes crece de manera exponencial.
Me acuerdo de una mujer de unos 45 años, que tras haber operado a su hermana, acude a consulta por tener un pecho exageradamente grande. Tras la cirugía, me dijo que se arrepentía muchísimo de haber pasado los últimos 20 años deseando operarse y no haberse atrevido y que la decisión de haberse operado era una de las mejores cosas que había hecho en la vida.
No todas te lo dicen así de claro, pero todas las pacientes, que están en ésta situación, sienten una liberación increíble.