La primera vez que escuché lo de las orejas de perro fue hace quince años. Estaba comenzando la especialidad y vi una paciente intervenida de un TRAM para reconstrucción mamaria en el Hospital General de Alicante.
A mí me sonó a broma. Yo pensé que ya me estaban tomando el pelo porque era el nuevo, el novato. Bueno, pues no. Por alguna razón que se me escapa, no hemos sido capaces de darle un nombre algo más técnico o rebuscado o pedante a éste problema tan frecuente y tan fácil de solucionar.
Bueno, pues una oreja de perro es un exceso de piel y grasa en los extremos de la cicatriz. Es como dos pequeñas “asas” donde te agarrarías. Y es la consecuencia de no quitar más piel para que la cicatriz sea lo más pequeña posible. Cuando tenemos que hacer una exéresis de piel, normalmente los cirujanos lo hacemos en forma de elipse.
Bien, pues si el ángulo de los extremos de esa elipse es mayor de 45 grados implica que nos saldrá una oreja de perro. Y el resultado es horroroso.
A veces te pasa a pesar de que has hecho un diseño de piel correcto y el problema es que no has visto que falta por quitar la grasa que está debajo. Como a los pacientes los operamos tumbados la valoración a veces es un poco difícil.
Bueno, pues esto hay que mejorarlo. Hay que ampliar la incisión y quitar el exceso de grasa que está debajo. Os dejo una foto de una oreja de perro que traté hace unos meses de un paciente operado en otro centro.
